miércoles, 2 de mayo de 2012

Reflexiones por el Día del Trabajador

1° de mayo. Olor a asado y comunión entre patronal y empleados. El discurso de lo mucho que se sacrifica la empresa o institución, el aumento del 3% en los sueldos (aplausos) mientras la canasta básica, la nafta y los alquileres superaron el 6%. Sonrisas, fotos y brindis.

En el último censo, una fina pregunta separaba el mundo de los empleados de los desocupados: “¿durante la semana pasada trabajo al menos 1 hora?” y es difícil imaginar que algún ser en la tierra no lo haya hecho. Ya que en la amplitud de respuestas posibles podría estar quien trabajó en relación de dependencia, ejerciendo el autoempleo, en un trabajo voluntario o trabajó en el hogar toda la semana y más de una hora. Y sin embargo no había preguntas acerca de los planes sociales que el entrevistado podría percibir.

¿Qué festejamos? La celebración de un derecho, lo consumado por muchos que pusieron el cuerpo y las ideas por defender que cada hora de producción sea digna, las vocaciones en oficios y profesiones que se elijen con auténtico sentido de servicio o un feriado más, otro día de descanso. Casi para todos y todas, porque algunos comercios se jactan en los anuncios “única sucursal abierta el martes 1°”. Y allí está el ejército uniformado de empleados de la casa de electrodomésticos.

El brindis debería incluir la celebración de la igualdad, el mismo sueldo por las mismas tareas, el pago efectivo de horas extras incluso si se tienen en cuenta los llamados urgentes los domingos a deshora, o el quedarse a terminar un informe más de la cuenta.

Se podría mirar a los ojos a los compañeros y sostener en ese contacto un “estamos del mismo lado, nunca te perjudiqué” y ser parte de la fraternidad colectiva. Un buen trabajo, celebrable, debería contemplar la libertad de hacer aquello que se ha elegido y un respetado tiempo de ocio y esparcimiento que no obligue a salir a buscar tres sobre empleos más para llegar a un ingreso mensual aceptable. Debería respetarse a la cantidad de personas que hacen del voluntariado un estilo de vida al servicio de los demás, como una ocupación más, plena, aunque no remunerada con dinero sino con mucho más que no entienden los que califican al voluntariado como un uso liviano del tiempo libre.

Y si no es posible el trabajo no rentado por libre elección, o si la búsqueda de trabajo en relación de dependencia quedó en muchas entrevistas y curriculums dispersos sin resultados, debería la sociedad allanar el camino para que el autoempleo sea una posibilidad exitosa, independiente y digna. Que desarrolle el potencial de cada persona, que genere ingresos dignos, que no sea una actividad cuesta arriba en contrapartida con la pasividad de aceptar un plan social de ayuda que no incluye, que ata y que hace del asistencialismo una cadena.

¡Feliz día del trabajador! A quienes tienen ocho horas para trabajar, ocho para descansar y ocho para disfrutar y para todos aquellos que al igual que en 1886 lo siguen intentando.

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